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martes, 1 de diciembre de 2020

Bº CARLOS DE FOUCAULD, ECUMENISMO Y DIALOGO INTERRELIGIOSO


Artículo que publiqué en el nº 148 (octubre 2017) de la revista internacional especializada "Jesus Caritas - Famiglia Charles de Foucauld, de los Hermanitos de Jesus Caritas, titulado "L'ecumenismo vissuto dalle fraternità di Charles de Foucauld".

(texto en español)
"Ecumenismo y diálogo interreligioso en Carlos de Foucauld"
El Beato Carlos de Foucauld nos insiste una y otra vez que nuestra regla es seguir a Jesús, el “Modelo Único”, el carpintero hijo de María. Así, pues, también para esta reflexión acerca del ecumenismo y el diálogo interreligioso en el Hermanito Carlos de Foucauld ponemos nuestros ojos en el Señor.

¿Cuál es el primer gesto o diálogo que encontramos en Jesús hacia los creyentes de otra confesión distinta a la suya? La mente se dirige rápidamente al encuentro de Jesús de Nazaret con la Samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana?” y Jesús le responde hablándole del “Don de Dios” y ofreciéndole el “agua viva”. Acabamos de tropezarnos con un encuentro de diálogo ecuménico, un judío y una samaritana, ambos –Jesús y la samaritana- miembros de dos pueblos hermanos descendientes de las doce tribus de Israel, ambos herederos del rey David y herederos del rey Salomón, algo que nos recuerda a los conflictos entre las distintas confesiones cristianas.

Si nos preguntamos ¿cuál es la situación que nos orienta en el diálogo entre Jesús y una persona de religión diferente a la suya? entonces nos surge en el pensamiento el encuentro de Jesús con el Centurión romano que le pide que sane a su criado; al mismo tiempo que reconocía que “no soy digno de que entres en mi casa” reconocía que “una palabra tuya bastará para sanarle”. Es decir, ambos superan la barrera religiosa, establecen un diálogo inter-religioso, desde la fe para el encuentro, y que es capaz de ir más allá de las circunstancias sociales y religiosas –no olvidemos que el Centurión era representante del César y, por tanto, de su religión- en favor de socorrer a un necesitado, a un enfermo, más allá de su condición personal y religiosa.

Carlos de Foucauld es taxativo: “Pregúntate: ¿qué habría hecho el Señor? y hazlo. Es tu única regla, la regla absoluta”. Desde esta óptica él mismo desarrolla todo su encuentro con los musulmanes y con todos los hombres y mujeres de su época y de su entorno más allá de la creencia religiosa que practiquen. A Carlos de Foucauld la Iglesia lo reconoce como exponente de la fe en Jesús de Nazaret, como forma de vida para el siglo XX y el XXI en una “amistad universal” que liga a todos los hombres y mujeres en una misma familia. Como en todas las familias habrá momentos de desencuentro que pueden ayudar a pulir la amistad y hermandad, a reforzar los lazos en lugar de reforzarse en la enemistad que, en el caso que nos ocupa, supone agrandar la brecha entre católicos y cristianos surgida por el “Cisma de Oriente” o por la “Reforma”, ¿no fue el mismo Jesús de Nazaret, hijo de Dios hecho hombre, quien eleva su plegaria al Padre diciendo “…te ruego por ellos… para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que Tú me has enviado”? Así, pues, para los nuevos tiempos van surgiendo en torno a la figura del Hermanito Carlos personas que optan por vivir una vida desde el encuentro con quienes les rodean, sin juzgar, desde la amistad o, dicho de otro modo, desde el corazón que se convierte en sal, en levadura, en aceite para las personas con las que conviven, creando puentes, buscando motivos para el entendimiento, acercando y facilitando el encuentro entre el Dios vivo y nosotros, como aquel padre que sale todos los días a otear el horizonte esperando ver la figura del hijo que regresa, como aquella madre que amamanta a todos sus pequeños sin distinción y pese al estado en que ella se encuentre. De esta manera han ido creciendo fraternidades y se han hecho presentes hermanos que comparten el pan esperando que el resucitado, Jesús de Nazaret, explique las Escrituras y reparta los panes y peces para la multitud hambrienta, cansada, desfallecida.

Tengo la suerte de vivir en una parroquia en donde compartimos los católicos uno de los templos anexos con los ortodoxos rumanos, también asisten a algunos de nuestros actos litúrgicos como es la procesión de San Nicolás o la “Oración por la unidad de los cristianos”. También soy testigo de la colaboración de los anglicanos al Centro de Acogida que los franciscanos tienen cerca de aquí. Pequeños pasos visibles en donde no hay discusión teológica ni dogmática, sino más bien un deseo de encuentro; tal vez estamos distantes los unos de los otros por cuestiones más formales y seguimos mirándonos de reojo como si unos fuesen mejores que otros o como si unos fuesen los únicos poseedores del Espíritu Santo y en otros no se produjese la acción del Paráclito. Cuando miro a la gente mezclada en los actos comunes veo que la misericordia nos acerca, que el gozo de la fiesta se contagia, descubro que unidad no es uniformidad y siento que hay un largo y doloroso camino por recorrer, ojalá fuésemos capaces todos de hacer nuestra la oración sacerdotal de Jesús y desprendernos de tantos siglos de historia y carga para ofrecer al mundo un testimonio común, en el que cada uno actúa desde la educación recibida pero sabiendo que forma parte del cuerpo místico de Cristo.

Las relaciones de las hermanitas y hermanitos de las diferentes fraternidades suscitadas en torno a Carlos de Foucauld para con sus vecinos son “relaciones de puertas abiertas”, en donde prima el encuentro y la amistad universal, en donde el amor vence fronteras, discrepancias, barreras que nuestra propia sociedad construye. Miremos, pues, la realidad de aquellos que viven en zonas de conflicto como es el Próximo Oriente con las guerras en Irak, en Siria… o en Palestina e Israel, donde son estimados por el pueblo con el que comparten su día a día, sus angustias… Recordemos aquel episodio de Carlos de Foucauld cuando estaba en la Trapa de Notre Dame du Sacré Coeur en Akbés (Siria) y descubre que no es tan pobre como quienes viven cerca de allí, que es pobre en comparación con los ricos pero no con su anterior vida en Marruecos o como lo fue San Francisco de Asís. Esta pobreza le une a la porción del pueblo de Dios que ha elegido para vivir el amor a Dios, el amor a los hombres.

Esta realidad nombrada me trae a la memoria anteriores espacios de mi vida, cuando cargaba por las carreteras con una mochila y una tienda de campaña junto a otro hermano, el tiempo vivido en aquella casa de aperos de labranza que en sus 12 metros cuadrados contenía toda nuestra vida (cocina, dormitorio, comedor, capilla…) o en la cueva – ermita dedicada a La Visitación en el Desierto de la Paz. Fueron momentos de encuentro íntimo con personas que se sentían ateas o anticlericales, de oración compartida con monjes budistas, de descubrir a San Juan de la Cruz a través del zazen, de escuchar atento el corazón de aquellas mujeres y hombres que, algunas sin saberlo, buscaban un encuentro con el Dios Vivo, buscaban el Rostro de Dios, y lo hacían desde las diferentes concepciones religiosas y filosóficas pero que acababan todos siempre en aquella humilde capilla orando como la joven adventista.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? El ecumenismo, como el diálogo interreligioso, tiene dos facetas: la formal y teológico-eclesiológica que está en manos de expertos religiosos y entendidos así como en manos de los correspondientes jerarcas y comisiones oficiales; la informal y de carácter más de lo cotidiano, la que vivimos con nuestros vecinos de escalera, de barrio, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros amigos. Ya en los inicios del cristianismo hubo la tensión entre si ser “judaizantes” o “nuevos” y es que cuando el Evangelio es anunciado con fidelidad aparece el conflicto, sin embargo, las iglesias incipientes (las nacidas al calor de Jerusalén y las surgidas por la acción de San Pablo) tuvieron sus propios conflictos internos, conflictos sobre interpretaciones, sobre modos de vida, sobre quiénes eran más y quiénes menos… al final todas resolvían cada conflicto desde la base del amor, mirando con esperanza, robusteciendo la fe, no se detenían ni dejaban enquistarse el problema sino que lo abordaban y les servía para crecer a la luz del Evangelio; una Buena Nueva que necesita tomar la forma del nuevo lugar, del nuevo vocabulario, de la nueva forma de vida con la que se encuentra al ser proclamado (¡Id y anunciadlo a todas las naciones! les dirá el Señor a sus discípulos). Una de las características de la predicación de Jesús de Nazaret y que aplicaron en sus conflictos las comunidades primitivas, fue la de la cercanía hacia el que no piensa ni siente igual, la de incluir y no separar ni expulsar a quien no piensa o no siente de igual manera, el Evangelio y las comunidades originales nos hablan y nos dan ejemplo de que la mano tendida, la comprensión, el respeto hacen posible que nos entendamos pero, sobre todo, es cuando amamos cuando construimos las bases reales para que sea realidad la oración de Jesús al Padre “que todos sean uno”.

El ecumenismo entiendo que debemos afrontarlo desde arriba y desde abajo, dudo que solo “de arriba para abajo” sea la solución final. Los expertos deben llevar a cabo su trabajo intelectual pero solo cuajará cuando las bases, los creyentes de una y otra confesión, los cristianos en definitiva, nos amemos, veamos al otro no “como un hereje o un equivocado” sino como un hermano; tal vez hoy, en este mundo más interconectado, más secularizado, menos religioso, más apartado de las Iglesias, el entendimiento entre personas de diferentes culturas y creencias es más fácil en base a la ya asimilada cadena de derechos humanos, al asimilado respeto a las personas diferentes a uno, por lo que el reto es más para quienes decimos e incluso nos erigimos en portadores del mensaje de la verdad, que permanecemos divididos entre nosotros; una situación que nos debiera enrojecer. En muchos lugares ya hace años que se viven testimonios de “camino hacia la unidad” pues los cristianos de las diferentes confesiones trabajan juntos por un mundo más justo, por la paz, por erradicar enfermedades y la lacra social o el estigma que de ellas pueda derivarse y, si nos vamos a zonas de conflicto, creyentes de diferentes religiones se auxilian y protegen, se establecen comunidades ecuménicas contemplativas y misioneras como la monástica Communauté de Taizé (surgida en 1940) o las organizaciones ecuménicas regionales del Consejo Mundial de las Iglesias (que surgieron en 1957).

Siento que cuando el movimiento nace del Espíritu Santo nos encontramos con que podemos dialogar, reunirnos y crecer juntos, compartiendo nuestras diferencias, explicándonos el porqué lo creemos o vivimos de tal o cual manera, ¿no sería más fácil así? ¿no sería más fácil si no hubiesen luchas por la cuota de poder o por considerarse dueño de la verdad única? Gracias a Dios, surgen grupos de encuentro; los que nacen del desencuentro me preocupan, pues abundan en la división de las Iglesias y de nuestro carisma.

Me preguntaba hace tiempo un sacerdote que en qué se notaba el ecumenismo práctico y me inquiría ¿en que una vez al año rezamos los unos por los otros? ¿en que en algún que otro lugar se les deja que utilicen nuestros salones parroquiales o una capilla? Y me insistía ¿es eso el ecumenismo? Reflexiones a las que no encuentro una acertada respuesta pero que son realidad hoy. El Concilio Ecuménico Vaticano II “exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica” y sigue diciendo “el verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior… Recuerden los fieles que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de los cristianos cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura, según el Evangelio” (Decreto Unitatis Redintegratio).

Apunta el Papa Francisco que el ecumenismo tiene sus pasos y su tiempo pero, especialmente, está en manos de la acción del Espíritu Santo, acción ante la que nos debemos poner en actitud de servicio y nos recuerda que la unidad solo puede ser recibida por aquellos que deciden avanzar hacia una meta que hoy aún puede parecer muy lejana, cuando caminamos juntos nos sentimos como hermanos.

Dentro de este don para la Iglesia que es la figura de Carlos de Foucauld tenemos la “Unión de hermanos y hermanas de Jesús” (Sodalité, fundada en 1909) que acoge en su seno a todos los bautizados que lo deseen, nos abre las puertas y nos sumerge en el compromiso real del ecumenismo y del trabajo y la oración común. Luego vendrán las fundaciones suscitadas a la sombra del Beato Carlos de Foucauld que harán patente y visible ese compromiso de ser hermanos y hermanas universales.

Jean François Six, coordinador de la “Unión de los hermanos y hermanas de Jesús – Sodalidad C. de Foucauld” al asumir el cargo tras el fallecimiento del arabista e islamólogo Louis Massignon -quien aceptó tal encargo del Beato Carlos de Foucauld-, nos recuerda constantemente que De Foucauld vivió a través de encuentros y conversaciones cotidianas con todos, en la amistad y en la fraternidad con cada uno, para avanzar en el Espíritu, adelantando nuestra vocación de “amigos universales” que llevan el Evangelio desde el rudo trabajo de Nazaret, preparando el camino y desbrozando los campos para que pueda ser plantada la simiente del Evangelio y esta germine en abundancia. Acogiéndonos a estas palabras podemos decir con toda tranquilidad que estamos invitados a trabajar en primer orden en el campo del ecumenismo y también en el del diálogo interreligioso, allanando caminos, apartando malas hierbas, arrancando aquello que impide que la simiente de fruto abundante pero, como nos dice el Pequeño Hermano Carlos de Foucauld “tomando a Jesús de Nazaret como modelo y haciendo lo que Él haría”, para ello tenemos una propuesta clarificadora: “Él les propuso otra parábola diciendo: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle. “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” Él les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” Díceles: “No, no sea que al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.” Así es el trabajo ecuménico, una acción a desarrollar con sumo cuidado y atención para que no se pierda el fruto, como Carlos de Foucauld entre aquellas gentes musulmanas, cristianas, judías e idólatras norteafricanas con las que convivió apuntalando la solidaridad, la cercanía y la amistad universal en el Evangelio, la pobreza y la Eucaristía.
Víctor-José Viciano Climent
Unión Sodalidad Carlos de Foucauld

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